20
de enero, 2017 8.20am
Mi
queridísima Señora,
Después
de verte por 4 días seguidos, Long May you Run decora otra vez el
metódico paso en limpio de otra epístola que te nombra. Tu
presencia intangible ha crecido en mi corazón como una liana de
ipomeas sempiternas. Así comprendí que los sueños no se trataron
de vaticinios o extrañamientos: son los extremados anhelos que uno
no podrá cumplir. En
el de ayer, llevabas el pelo suelto y anaranjado, al contrario del
último día que te vi, que lo tenías atado y tu color iba tirando
al bordó. Uno va entendiendo el amor de los demás una vez que llega
el suyo. Cuando te miro siento que no habrá nadie como tú en el
mundo.
21.45hs_Y
así, finalmente, esta semana pude cumplir otro de mis sueños: verte
todos los días. Aunque no me miraste fijamente, te diste vuelta para
saludarme con la mirada, pero a mitad del camino pareció que te
arrepentiste. Y entonces tus pupilas no me llegaron al alma.
22
de enero, 6.10am_Ahora
se llama Ce. Pero te lo había presentado en estas hojas como Albur:
se ha desojado por completo, como si fuera una margarita y Dios
hubiera estado jugando al me quiere, no me quiere. Parece una
jabalina de complexión sinuosa, clavada en una maceta verde manzana.
Esta semana, los entrecruces de nuestras miradas han coincidido más
seguido que de costumbre. La ignorancia de tus actos me concedió una
estúpida felicidad, hasta que ayer regresé para verte. Dios hizo
que nuestros acercamientos parecieran mágicas atracciones
providenciales, sin embargo solamente fueron triviales coincidencias
que no significaron más que unas dosis de buena suerte al poder
mirarte a los ojos una vez más.
A
pesar de todo no dejo de amarte. Aunque estés con otro hombre no
dejo de pensarte en todas mis soledades. Todos los días recuerdo
como te acercaste después de mi primera carta. Cada instante es una
rememoración de alguna frase tuya o de tus miradas.
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