viernes, 3 de julio de 2020

Hay palabras que se recuerdan desde que uno las oye por primera vez



Sábado, medianoche_4 flores blancas orlan la plantita de la petuña que vive en el plato de Bob Esponja. Muchas veces me he preguntado cuál sería el misterioso propósito de tu reaparición en mi vida. Finalmente, el resultado de todos estos caminos andados, que de una forma u otra te han involucrado en sus recorridos, acabaron reencontrándome con la relectura del Nuevo Testamento. Y como una conclusión por segunda vez meditada de esta fortuita relectura, hoy me descubro incorporando en mis diálogos mentales una actitud más cristiana y tranquilizadora, obteniendo como premio un sentimiento de armonía al que podría llamarse paz. Hoy para mí el Reino de los Cielos es una actitud misericordiosa ante toda maldad que pudiera advenir en nuestra vida. Como colación de esta tranquilidad he vivido la aventura de presenciar pequeños milagros todos los días así como también grandes, pero esparcidos en días fortuitos del año. El primero es por supuesto el ferviente reencuentro con tus ojos. Pensé que nunca más iba a notar interés en tu mirada. Pero ha sucedido algo, ellos fortalecen la fe correcta en mi corazón. Y no ha sido coincidencia, tiene sentido que cambie nuestro mundo cuando elegimos otra manera de pensar.
Lunes, 10 de la noche_Aquí de nuevo, mi bien, en compañía de los almendros y la otra plantita más. Sobre la conocida Biblia, una bolsa de chocolatines blancos augura una soledad endulzada con respetables dosis de glucosa, para otra repetida función en la hemeroteca de mis películas favoritas. Aún me encuentro a la espera de nuevas señales divinas que me alienten a ir en tu búsqueda nuevamente. Pero, como dijo el poeta, sólo obtuve como respuesta oscuridad y nada más.
Martes, 22hs_El día fuera de casa empezó a las 9 y 9 am, cuando partí derechito a La Mata de la Armuña. En el ida y vuelta del recorrido se verificó por sí mismo el buen arreglo de un pinchazo que ayer casi más me tira sobre el asfalto negro de Torres Villarroel. Saqué algunas fotos a los caballos de siempre, de los álamos blancos volviendo por la carretera del Helmántico. Cuando regresé a casa papá tenía medio preparado un sainete ya que por momentos le sale la Pepita que tiene adentro. Mi abuela se llamaba Pepita. Casi no tengo recuerdos de ella, únicamente sus abultadas tetas caídas y los kilombos que preparaban ella, papá y mamá. Mamá era la que la buscaba siempre, supongo que por sus putos celos al verla quererlo a papá. Claro, mamá después le echaba la culpa a ella. Decía me roba las cucharitas, o alguna excusa así para no quererla y que tenga que irse de casa. Entonces, cada vez que alguien de la familia levantaba la voz o montaba el pollo, mi hermana nos decía que éramos unos pepitos. Y así nos quedó el uso coloquial en nuestra familia, cuando vemos a algún sainetero decimos que es un Pepito. ¡Calláte pepito! Me decía mi hermana cuando no tenía ganas de discutir.
Por la tarde aprendí dos palabras, galicinio y arrebol. No la encontré en Google. Para memorizar galicinio, tuve que leerme toda la Ga hasta que la encontré en un tomo de diccionario antiguo que había en casa. Hay palabras que se recuerdan desde que uno las oye por primera vez. Como cuando supe tu nombre, que nunca más lo olvidé.







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