lunes, 28 de septiembre de 2020

Mojados pañuelos blancos




Jueves 22hs_A la petuña tan solo le quedan dos o tres flores más. Hoy pasó sobre nosotros un día de color ceniciento. No confié en la sequedad del clima a pesar de las nubes altas. Así que solamente fui al Chevalier. Jóse me agradeció el regalo de Navidades que le había dejado ayer, un llaverito con una pequeña navaja. Se lo compré en lo de un chino, mismo comercio donde esta mañana fui a comprar una carpeta para enviar un retrato a Barcelona. El chino le estaba limpiando los mocos a su pequeño chinito y cuando dejé la carpeta encima del mostrador para pagarle, el chino le puso encima el pañuelo lleno de mocos. En el bar hice un concurso, Primavera Novela, para el cual envié toda la narración de mi historia, menos lo de Ceci. Desde el accidente hasta que anduve en bici de nuevo. Por la tarde recordé con amor tu última mirada. ¿Cuándo será la próxima vez que nos veamos?

Viernes 22hs_Esta mañana temprano hice el viaje a La Mata. Después de tomar algo en el Borgoña fui a Sepe para sellar la arrugada tarjeta. Luego, más por la tarde y después de un baño, fui al Chevalier a tomar un café. Marisa estaba guapísima, busqué disimuladamente las caricias de sus miradas, fugazmente me llegó alguna.

25 de diciembre_Esta Navidad trajo algunos regalos. Ayer por la tarde hablé con mamá, confesó el odio hacia mi padre. Sin embargo parece que alguna cosa le entró, hoy se levantó y recogió el desorden de la mesa de Navidad de ayer. Lavó los azulejos de la casa en la cocina, y lo trató amablemente a papá. Quizá alguna ayuda dieron los rezos que dije en mi habitación antes de salir esta mañana hacia La Mata de la Armuña, sumido en una atmósfera viscosa. Lo que me gusta de cuando hay niebla es que casi no sopla viento. Ni con dolor ni alegría: a la tarde solamente me acordé de ella. Parece que hubiera pasado tanto tiempo, hasta hace poco me ponía a contar los días que había en el medio de una mirada tuya y la otra. Ya hubieran pasado 10, ya 40, todo el tiempo recordaba tu última carita y me llenaba de felicidad. Hoy tengo que hacer un pequeño esfuerzo para acordarme de cuándo fue la última vez que te vi. Y aunque hayan pasado poquitos días, en la memoria de mi corazón es como si ya hubiéramos vivido unos 20 años.


Miércoles 22hs_Y aquí finaliza, querida Mireia, el 7º cuaderno de Rummenigge. Solamente en el recuerdo de tu imagen hallo un atisbo de esperanza para creer que existe una posibilidad de ser felices en este mundo. Tan solo una flor le queda a la planta de la petuña antes de que se marchite de por vida. Y tan solo una carilla le queda a este cuaderno antes de cerrar la escritura de Rummenigge. A lo mejor en un mañana tus ojos me exhortarán para comenzar otro cuaderno a manuscrita, otro añadido más a los 2 cuadernos que te dediqué en la nueva casa de Candelario.

Desde que vine a vivir al barrio de San Bernardo visité dos bibliotecas. Me trataron bien, y querían amablemente conversar algo conmigo. Sin embargo, yo que siempre fui presto a ello, sentía que no deseaba hablar con ninguna de esas hermosas bibliotecarias. Pensé entonces que a lo mejor el trato cotidiano ablandase mis sentimientos, pasaron las semanas y luego los meses. Pero mi contagiada sequedad castellana continuó intacta. Pero no comprendí el motivo. El porqué de mi negación vendría con el tiempo, en el estanque que visitaba todos los días, en el camino hacia La Mata de la Armuña.


¿Recuerdas que hace unos meses te contaba que había visto a Portos y Áramis junto al nogal que está cruzando el estanque? Entre ellos galopaba otro corcel que no había visto antes. Desde la lejanía me pareció negro azabache, sería por las sombras que el atardecer echaba sobre su pelo, tal vez un error de apreciación, como cuando miramos que dos rallas coinciden en el calibre, pero éramos nosotros que lo sosteníamos mal. Aquel caballo resultó ser marrón oscuro. Lo supe cuando hace un mes me sorprendió una mañana al llegar al abrevadero con su perfil de certamen. Era aquel corcel más oscuro que galopaba junto a mis viejos amigos. Se ve que quien cuida de ellos los ubica junto a las aguas para que los conductores que van hacia Carbajosa los vean más. Como si fuera un escaparate al natural, en donde espontáneamente modelan potros. Casi siempre lo veo. Es un caballo digamos de sangre azul. Es preciosísimo. Siempre está bien peinado, la cola larga parece un signo de interrogación con fuente Choppin. Su elegancia hace que Portos y Áramis parezcan caballos de una familia pobre. Las crines sedosas le caen para un costado e igual al lobo de Kevin Costner tiene las patas blancas. Trota con elegante precisión, como si fuera un caballo de torneo.

Pasé algunos días pensando en cómo iba a llamarlo. Libre, Mares o Alma: barajé alguno más, y estuve muchos días pensando nombres para después descartarlos. Algo así como lo que menté en la primera carta, que damos vueltas y vueltas pensando definiciones para la vida, pero una vez que las pronunciamos nos dimos cuenta de que no nos importan más. Por eso al cabo de unas semanas me di cuenta de que todos los nombres que se me ocurrieron eran imprecisos. Y cuando ya había pasado un mes aún no había encontrado ningún mote que le sentara bien, ni al caballo ni tampoco a mi corazón. Fue entonces que me di cuenta de lo que pasaba: en lo más hondo de mi alma no quería ponerle nombre, ya que Portos y Áramis no estaban más.

Había aprendido a amar a aquellos primeros caballos con toda mi alma. Incluso cuando ya no estuvieron en el abrevadero yo vivía su ausencia con una melancolía poética. Los gestos de amor que me manifestaban, las primeras miradas.... el galope manso con el que Portos vino a recibirme el primer día, o las veces que salió del agua con el único fin de acercarse cuanto pudiera hasta la alambrada de espino tan solo para vernos más cerca. La ansiedad con la que dormía pensando en ellos, o la expectativa que iba sintiendo cuando me aproximaba al estanque.


Por eso no pude ponerle nombre al nuevo corcel. Sentí que si así lo hacía estaba traicionando la memoria de mis amados Portos y Áramis. Nunca más volví a verlos. Y aunque ya pasó casi un año aún le guardo resentimiento al camino, la carretera de Carbajosa.


Semejante sentimiento me da cuando el nuevo amor se aproxima. En ningún caso son experiencias repletas de empalagosos oxímorons, cuando sus ojos me alcanzan no tengo miedo a perderlos como me sucedía al mirarte. Caleidoscopio. La vulnerabilidad poseyó a mi organismo cada vez que estuve cerquita tuyo, esperando cualquier reacción por tu parte, por pequeña que fuese. Cuando cantabas algo para celebrar nuestra cercanía, o acaso mirabas hacia otro lado para que no se perciba el enamoramiento en tus ojos. Las veces que fui a buscarte, las veces que no lo he hecho. Entrar cada día a la biblioteca esperando que tu mirada me diera la bienvenida, esconder una espiga de trigo entre los libros cada 2 del mes, el equivocado número en que yo suponía la fecha en que volví a verte. Eras el centro de mis acciones, eras el centro de mis minutos y el de mi psicología. Las soledades de mi vida se han convertido en ti. Lo único que perdura.



















































FINAL DEL DIARIO DE RUMMENIGGE 




































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