Jueves 22hs_Finalmente he podado a renacido para que no se ponga más alto. No me fue tan difícil como me temía. Ahora la lluvia chorrea por la ventana interna. No sé si mañana estará igual el tiempo, la meteorología dice que solamente habrá nubarrones. Los vecinos están tranquilos por ahora. Santa Cecilia no me bendijo con la llegada del amor. Solamente la mirada de una mujer conocida despertó en mí la ilusión de otro encuentro. Quizá también hoy por la tarde haya sido entregada la carta que le mandé a tu compañera, sin embargo en todo el día he recibido una sola señal de que mis planificaciones se hubieran cumplido. Podría haber sido un nombre, una hora.... o haber visto a alguien con una camisa de Lacoste. Tampoco vi tu nombre en ningún lado ni mujer que se te pareciera.
Vierrnes 22hs_Hoy he podido viajar hasta la Armuña, las palomas mensajeras trazaban una cinta de moebius en cielo celeste claro. En el centro de esa imaginada geometría irregular una espadaña hacía de muestrario para 3 campanas de bronce. Pero algo curioso sucedió. Con el fin de fotografiar la bandada, me acerqué un metro hacia las palomas, mientras ellas un metro retrocedían. Y así ad infinitum. Cuanto más pasos daba hacia ellas, el mismo número de pasos ellas se alejaban de mí. Quizás el casco les daba mala impresión, tal vez las intimidaba.
En estos últimos días he recuperado el positivismo por esperarte. Incluso este mediodía de regreso a la casa de Candelario me detuve en la avda. Portugal creyendo que una estudiante eras tú. Ella tenía puesto un impermeable verdoso, quizá un tono más obscuro que aquel que te ponías tú los días que lloviznaba. Gracias al bullicio de los vecinos es que estoy recuperando otro aspecto del ser que tantos años atrás había perdido, allá antes del accidente. Aunque duerma un poco menos, dormirme con Radio Clásica estimula la recuperación de mi voz interior. Me duermo pensando cosas útiles y a la mañana siguiente noto al abrir los ojos aquel estado de volatibilildad, de “ardor en el pecho”, de resurrección del alma que nada más sentía allá por 1994, cuando había cogido el hábito de dormirme oyendo al sordo Gancé, antes de que la abundancia instalase en mi hogar 24hs de televisión por cable.
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