Y hoy, mi Señora, después de
volver a la cama he vuelto a soñar contigo. Había un jovencito que enchufaba a
cargar su móvil, para aprovechar la energía gratarola del municipio. Pero lo
enchufaba mal, o era que el enchufecito sufría alguna minusvalía electrónica. A
causa de esta turuleca idiosincrasia, todo el recinto comenzaba a inundarse,
empezando por el salón en donde se realizan los talleres de lectura. La
institución había sido construída en el opuesto de los cardinales en los que se
ubica hoy. O sea, los ventanales que dan a la escalinata de Paseo de los
Cerezos, en mi sueño miraban al Centro de Salud Garrido Norte. Alguna gente se
ponía nerviosa, sin embargo la mayoría de los presentes allí tomaba con
naturalidad la subida de un agua lo suficientemente translúcida como para que
se vean las pantorrillas y medias de los usuarios.
Antes de la entrada al salón
había unas mesas grandes que se distribuían ordenadamente. Su servidor las
aprovechaba para sentarse. Desde allí podía ver cómo el agua se subía por las
piernas de las estudiantes hasta las faldas. El salón de lectura se estaba
llenando de agua, hasta que de repente las puertas de vidrio se abrieron cmo
las de un ascensor, dejando que el agua turbia salga de golpe, igual que una
represa cuando se abre. Nadie se apuraba, la gente salía caminando como cuando
sale de trabajar. Tú estabas entre ellos. Caminabas abrazándote a tu papelerío
y a tus libros, mientras le hablabas a una mujer que acompañaba tu paso. Venían
de frente hacia mí: llevabas recogido el cabello… y me mirabas de nuevo a los
ojos.
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