Mi queridísima Señora,
Es el atardecer, y un pájaro
cruza el tranquilísimo paseo de los Cerezos, partiendo de copa en copa de los
abedules de la exquisita plaza de la Chichibarra. Un Renault se adelanta sobre
la pavimentación organizada, y las luces para la neblina ya nos cuentan que el
cielo subtormesino ha descendido un nivel en su fidedigna luminiscencia.
Hoy
continué la búsqueda de aquella signatura que me habías dado, escrita con tu
caligrafía, allá por el 2006 – casi 10 años ya-. Barajo dos probabilidades:
una, la puse tan a resguardo que me será complicadísimo hallarla. Y dos, por
algún enfado contigo la bote al Tormes, lugar donde te pensé para dedicarte un
poema. Se
hace duro decir “querida” cuando en toda la jornada la conjunción de los astros
no ha programado el albur que me traiga noticias tuyas. El recuerdo de tantas
insistencias, tuyas y mías, conserva en Stand by la ilusión de que alguna
mañana vuelvas a mí.
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