Los mocasines de Malgorzata siguen allí: cuelgan como dos péndulos
inertes bajo el portallaveros con forma de casa alpina. Hace dos días que el ranúnculo tiene las hojas caídas. Dos caparazones de caracol hacen sombrita sobre la mesa. No miraré las luces nocturnas de la celebérrima Chinchibarra con el mismo entusiasmo del enamorado que espera cruzarse con su amada al otro día. Pues pasará la Semana Santa sin vernos. Te estaré esperando siempre. No me importa con quienes hayas estado o con quien estés ahora. Te aprecio como a una noche despejada en la que pueden verse todas las constelaciones en el cielo helmántico.
Otro día de marzo
Pienso si te veré mañana entre tantas personas, tantos volúmenes, tantas sutiles burocracias que nos envolverán a los dos. ¿Me habrás echado de menos durante el transcurso de este día luminoso? ¿Algún recuerdo de este servidor te habrá caminado por los ornados patrones de tu consciencia? Hasta cuando pienso en tu nombre me dan ganas de tenerte. ¿Cuántos días más pasarán por delante nuestro sin que hayamos vivido la suerte de un café, de una conversación? Y si lo tuviéramos, ¿qué es lo que te diría? Pues sin conocerte nada ya te echo en falta. Imagínate qué será después de que me apegue al recuerdo de unas palabras tuyas que divulgaran nuestros inicios en la confianza.
6 am. 22 de marzo
Hace dos días que el ranúnculo tiene las hojas caídas. Dos caparazones de caracol hacen sombrita sobre la mesa fumé. Sé que la noche de Salamanca está fuera, pero la persiana hasta abajo no permite ver si está o no nublado, o es que acaso las constelaciones salpican con su esplendor al firmamento de color ocre. Los mocasines de Malgorzata siguen allí: cuelgan como dos péndulos inertes bajo el portallaveros con forma de casa alpina. Y las semillas de almendro cogidas en Villamayor, parecen sardinas enlatadas en un envase de vidrio. El ranúnculo ha muerto. Su aspecto decaído no inspira ya ninguna esperanza de que resucite. El ranúnculo sin aura permanece esperando a que alguien le dé digna sepultura.
Hoy vi tus cabellos como el sol del atardecer se puede ver entre nubes. Presumo que alguna vez me has querido. Por eso me pregunto si me estarás esperando.
No miraré las luces nocturnas de la celebérrima Chinchibarra con el mismo entusiasmo del enamorado que espera cruzarse con su amada al otro día. Pues pasará la Semana Santa sin vernos. Te estaré esperando siempre. No me importa con quienes hayas estado o con quien estés ahora. Te aprecio como a una noche despejada en la que pueden verse todas las constelaciones en el cielo helmántico.
Otro día de marzo
Pienso si te veré mañana entre tantas personas, tantos volúmenes, tantas sutiles burocracias que nos envolverán a los dos. ¿Me habrás echado de menos durante el transcurso de este día luminoso? ¿Algún recuerdo de este servidor te habrá caminado por los ornados patrones de tu consciencia? Hasta cuando pienso en tu nombre me dan ganas de tenerte. ¿Cuántos días más pasarán por delante nuestro sin que hayamos vivido la suerte de un café, de una conversación? Y si lo tuviéramos, ¿qué es lo que te diría? Pues sin conocerte nada ya te echo en falta. Imagínate qué será después de que me apegue al recuerdo de unas palabras tuyas que divulgaran nuestros inicios en la confianza.
6 am. 22 de marzo
Hace dos días que el ranúnculo tiene las hojas caídas. Dos caparazones de caracol hacen sombrita sobre la mesa fumé. Sé que la noche de Salamanca está fuera, pero la persiana hasta abajo no permite ver si está o no nublado, o es que acaso las constelaciones salpican con su esplendor al firmamento de color ocre. Los mocasines de Malgorzata siguen allí: cuelgan como dos péndulos inertes bajo el portallaveros con forma de casa alpina. Y las semillas de almendro cogidas en Villamayor, parecen sardinas enlatadas en un envase de vidrio. El ranúnculo ha muerto. Su aspecto decaído no inspira ya ninguna esperanza de que resucite. El ranúnculo sin aura permanece esperando a que alguien le dé digna sepultura.
Hoy vi tus cabellos como el sol del atardecer se puede ver entre nubes. Presumo que alguna vez me has querido. Por eso me pregunto si me estarás esperando.
No miraré las luces nocturnas de la celebérrima Chinchibarra con el mismo entusiasmo del enamorado que espera cruzarse con su amada al otro día. Pues pasará la Semana Santa sin vernos. Te estaré esperando siempre. No me importa con quienes hayas estado o con quien estés ahora. Te aprecio como a una noche despejada en la que pueden verse todas las constelaciones en el cielo helmántico.