Caerá martes. Un caballero intenta hacer cada detalle lo más especial que pueda. Es por eso que estoy apresurando la cabalgata de estas cursivas a tinta azul sobre los renglones reglados, para que el 2 de agosto pueda llevarte este cuaderno. No tendré la valentía de dártelo en mano. Uno ha de respetar también sus imperfecciones y miedos. Temo terriblemente que pertenezcas a otro tal y como yo a ti. Ayer te vi, mi Señora, pero también se repitió otra presencia. Y no he notado en tus ojos el mismo entusiasmo con los que antaño me miraban, para que me confieses que todavía me esperes.
Ni tu mirada, ni tus mejillas que
se sonrojan, ni tampoco hubo en tus gestos ninguna sonrisa disimulada.
Solamente las palabras justas y necesarias. Tan solo la fe me hace proseguir
por este camino de incertidumbres y dudas, que pareciera un frágil y dulce
puente de cuerdas que me cruza entre dos peñascos.
Mi queridísima Señora,
Las violetas con tu nombre se han
marchitado. Con 35º olvidé entrarlas, y al otro día ya estaban irremediablemente
secas.
Hoy, sábado, fui a esperarte.
Sentí alivio en los cabellos rojizos que no resultaron tuyos, cuando los noté
acariciados por un varón. En Salamanca se ven
mujeres que infartan. Pero con
ninguna de ellas experimento la fascinación que me causa un solo pelo tuyo.
16 de julio